Tokyo 東京都

東京都

I knew Japan was going to be unique and probably the most different to anywhere else I’d ever been before… but take a different country, different continent, different ethnicity, different culture, different language, different alphabet, different gastronomy, different toilets, different fashion, left-hand traffic… it’s been feeling like my senses aren’t working properly because they’ve been consistently failing to deliver familiar, recognizable inputs. All of them are being challenged every step I take: sight, smell, hearing… even touch (as proved by my experience at teamLab).

I was lucky enough to visit Sensōji just during the very weekend of the Sanja Matsuri (according to Wikipedia, one of the largest Shinto festivals in Tokyo), including enjoying authentic street ramen and drawing good luck at the ancient Sensoji Temple (including something about having difficulties making plans?).

Next stop was Akihabara. I don’t think there is a place on planet Earth with a higher concentration of… STUFF. Are there enough customers in THE WORLD for such a mind-blowing variety of products? All those stories, mangas, animes, characters of all shapes and sizes (except for the more predictable and recurrent patterns regarding the female anatomy).

Finally standing at Shibuya Crossing at nighttime reminded me of doing so in Time’s Square: the intense artificial lights, the loud sounds, the dimensions of every single construction around, the immense amount of people (apparently up to two million people cross every single day. It made me think of the 3 yearly million Blue Bridge bike crossings in Freiburg with endearment). Only, strangely enough, I felt… much safer than in NYC. A culture of honor with deep rooted values of mutual respect and consideration is somehow still palpable in the largest of crowds. Not one time did I think about my wallet in the front pocket of my backpack, or my Sony Alpha mirrorless dangling loosely from my right shoulder.

Hopping on a train and traveling for four hours to the ancient town of Takayama was just what I needed to let my brain calm down a bit. I still can’t believe some of the carp swimming in the pond in front of me as I’m typing this cost up to 10.000 USD and live up to 200 years, though. That’s making my neurons go crazy in a different way. Bet not even in Akihabara can you find that kind of quality telomers.

Mallorca

Las temperaturas batieron un récord.
El calor que me envolvió al salir de la terminal derretía cualquier cosa, incluida la preocupación por mi falta de prendas abrigadas. A pesar de las previsiones, lo más parecido a una lluvia que llegaríamos a experimentar provendría de las goteras del local del alquiler de coches.

Ya el primer almuerzo junto al mar resultó delicioso, algo nada sorprendente dada la calidad culinaria en España.
El resto del primer día lo invertimos en explorar el precioso casco antiguo de la ciudad de Palma, sacando fotos de la catedral y sus alrededores y gastándome 8€ en el smoothy verde más caro de la historia, que incluía una grumo de espinacas sin licuar del tamaño de un dado de Monópoli.
Durante la cena, un número de afortunados chipirones, alcachofas y verduras salteadas fueron testigos de una intensa sesión de análisis, confesiones, consejos y reflexiones entre dos amigas.

El segundo día fue, sin lugar a dudas, mi favorito. Y todo comenzó con un flautín de jamón serrano y pan de olivas que no olvidaré jamás, una mancha de yogur blanco sobre mi nueva mochila negra y el traqueteo sobre unos raíles construidos en 1912. Por el bien de una documentación precisa y completa, me gustaría hacer una mención especial al cuchicheo impertinente de una pasajera a nuestras espaldas que consiguió sacar de quicio a Q. Y el hecho de que, como muchos saben, en España las prohibiciones son en realidad meras amables sugerencias —lo cual quedó demostrado por el grupo de pasajeros del compartimento exterior entre vagones a pesar de la clara advertencia de “prohibido el paso al compartimento exterior entre vagones”.

Llegar al centro de Sóller fue como entrar en un cuento de hadas. La precisosa Parroquia de Sant Bartomeu de Sóller franqueada por dos o tres lustrosos naranjos en plena plaza coronaba el pintoresco mercadillo artesanal. Saltaba a la vista que la producción de cítricos no solo constituía la mayor industria de la zona, sino que era claramente todo un símbolo local que sus habitantes mostraban con orgullo: adornos, decoraciones, arte, incontables productos de todo tipo a base de naranjas y limones… Todo esto bajo un brillante sol de verano, parcialmente aplacado por la más compasiva suave brisa primaveral.
Atraídas por un gracioso mono (de vestir) en su exterior, dimos con el extravagante comercio de ropa de una excéntrica alemana y su pequinés probablemente algo pulgoso —suceso cuya descripción detallada me llevaría una entrada de blog completa.

A mediodía, el tren local nos acercó hasta el puerto, donde volvimos a saciar nuestra hambre —esta vez a base de un delicioso arroz negro cuyos restos entregados en un túper se acabarían convirtiendo en nuestro fiel compañero de habitación durante el resto del viaje.
Más pintorescos paisajes, más fotos, un frozen yogurt con lacasitos y fresas. Y el inesperado descubrimiento de un local de bicicletas alemán con una abrumadora colección de Canyons.

Regresamos a Palma con las baterías bajo mínimos, cabeceando de manera poco elegante sobre las barras de sujeción del tren. Pero cuando el traqueteo de éste se acompasó a la perfección con el ritmo de “I´m Yours”, nuestros cerebros reaccionaron en perfecta sincronía sacudiéndose la modorra postprandial y entrado rápidamente en modo karaoke.
Una vez de vuelta en Palma, Zara y Springfield nos cautivaron con sus poderes hipnóticos y nuestras carteras sucumbieron a sus encantos (Ahora que lo pienso, acabé haciéndome con un top de limones, lo cual me hace pensar que probablemente sea especialmente propensa a los mensajes subliminales).
Y por la noche, durante la fiesta local de la feria de gastronomía (con unas deliciosas pero un poco frías empanadas de pollo con cebolla en nuestros estómagos y el embriagador efecto de dos botellas de Solán de Cabras), fuimos testigos de cómo el DJ español medio puede eclipsar a cualquier alemán (y eso que no conocía yo ni la mitad de las canciones).

Al día siguiente, después de una bonita (pero semicomprensible) misa en Mallorquín, y tras comprobar que tengo el carnet de conducir caducado, nos hicimos con un coche de alquiler en el local de las goteras previamente mencionado que nos permitió visitar la zona este de la isla. Como radióloga en formación paso mucho tiempo privada de luz solar, por lo que la idea de meterme bajo tierra durante mis vacaciones no me hacía mucha gracia. Sin embargo, la visita a las cuevas Hams resultó absolutamente fascinante. Así, un niño repelente que nos recordó a nuestra infancia marcó el inicio de un cautivador recorrido a través de unas enigmáticas cuevas repletas de sorprendentes estalactitas y estalagmitas de caprichosas y misteriosas formas.

Almorzamos en Cala Romántica disfrutando de su agua marina color turquesa y nuestra visita de sobremesa a Manacor nos enseñó que lo mejor del pueblo de Rafa Nadal es Rafa Nadal.
Esa noche fuimos al cine (wheeeee) y vimos ´Dungeons & Dragons´ por propuesta de Q, a la cual accedí conociendo su buen criterio cinematográfico (y debido a nuestros prospectivos acompañantes para la velada: Chris Pine como actor principal y un cubo jumbo de cotufas saladas). Y un pequeño inciso para mencionar que acabo de comprobar que, efectivamente, la película goza de la condecoración “certified Fresh” en Rotten Tomatoes.

Puestos a hablar de sorpresas, no hay nada que se pueda comparar con lo que sentí el último día al recibir el email de EasyJet informando acerca de la cancelación de mi vuelo de vuelta con apenas unas horas de antelación, en el instante en el que Q terminaba de pagar dos ejemplares gemelos del Collar del Disgusto.
Tras un almuerzo a base de tapas, una despedida a pies del hotel Meliá Palma Bay y un arduo peregrinaje al cajero automático de CaixaBank a para sacar los 5€ del “bus” al aeropuerto, por fin conciliaba yo el sueño a las siete y media de la tarde… para ser despertada por la confusa “llamada de cortesía” de recepción una hora más tarde.

Al día siguiente no conseguí llegar a tiempo al trabajo, pero oye, la devolución de un billete de avión y una noche extra en Mallorca no son mala compensación.

¿Qué puedo decir? Esta experiencia me ha servido, una vez más, para recordarme a mí misma por qué es un orgullo y una alegría haber nacido en España. Pero también por contar con el tiempo y los medios para poder visitarla a pesar de vivir tan lejos.
Orgullo y suerte son también en hecho de haber conocido y conservado durante más de 10 años a una amiga como Q: íntegra, talentosa, inteligente, divertida… Una fuente de sincero apoyo, inspiración y una incomparable compañera de viaje multifuncional, con irremplazables habilidades de guía turístico, asistente financiero, conductora y cantante.

Y por último, aquí dejo la banda sonora del viaje:

  • Bizarrap, Tiago PZK – Bzrp Music Sessions, Vol. 48
  • Birazzap, Quevedo – Bzrp Music Sessions Vol. 52 (es que por lo visto van por números)
  • Fred De Palma, Ana Mena – Se Iluminaba
  • Hunter Heyes – I Want Crazy (también conocida como “biribiribiribiribiri” o “la canción de banjo”)
  • JoJo – Too Little Too Late

Igualmente, aprovecho la ocasión para pedir disculpas públicamente a Q y al resto de mis compatriotas por lo penoso de mis conocimientos sobre la actualidad musical en España.
De aquí a Disneyland prometo mejorar mucho.

Happy Dutch Easter

Once again, a long weekend loaded with new impressions, activities and places has felt more like a whole week…

I did regret the YOLO decision of embarking into a 12+ hour bus ride from London to Amsterdam after a long night shift combo. But the fact I didn’t die from it made me feel resilient to the point of indestructability. Plus, reuniting with M was worth the price, as catching up and laughing with her since minute 0 would set the tone for the rest of the trip.

The fact that half the world population would want to come to Amsterdam over Easter escaped my overworked and sleep deprived brain, and crowds constituted the main downside to our time there. Still, the colorful magnificence of Keukenhof could not be dimmed by them, nor could tasting authentic smoked cheese at a Dutch farm, delicious dinner and waffles in charming Volendam, biking around in beautiful Edam (no hand brakes!) or the relaxing experience of cruising along Amsterdam’s canals after sunset, with the soft spring evening breeze brushing against our faces as countless warm lights emanated from the picturesque homes everywhere around us.

One thing I felt alienated by was the blunt, shameless omnipresence and availability of recreational drugs and prostitution, and the acceptance with which they were regarded by the general public, with an impassive or even celebratory attitude which did have an intermittent negative impact on my otherwise lighthearted weekend mood.

Overall, though, I feel stimulated and inspired after yet another novel travel experience, which I was lucky to share with sassy M, her big sister-like wisdom, her inspiring confident demeanor and her charming, cheeky sense of humor.